Beowulf‘ (Astiberri) es, junto a ‘Los surcos del azar’ de Paco Roca, uno de los fenómenos del tebeo español de esta temporada. La novela gráfica guionizada por Santiago García y dibujada por David Rubín ha sido omnipresente en las listas de lo mejor del año 2013, y ha acumulado infinidad de buenas críticas. Con esta perspectiva, al afrontar la lectura de ‘Beowulf’ las expectativas están muy altas. Es casi imposible abstraerse de todo lo que se ha dicho y escrito sobre la obra, y no tener ya una opinión (positiva) formada. Esto es una ventaja en cuanto a la promoción del tebeo, pero supone un problema a la hora de afrontar su lectura y crítica sin prejuicios.

Beowulf‘ es un poema épico anglosajón que se data entre el siglo VIII y el XII d.C., y del que se ha echado mano infinidad de veces en la cultura popular. Esta es la historia del héroe Beowulf y su enfrentamiento primero contra el monstruo Grendel, luego contra la madre de la criatura y, finalmente, ya en su madurez, contra un dragón que asola su reino. Esto es lo básico, el argumento mondo y lirondo, del que parten García y Rubín y que siguen en los tres actos que componen su versión.

Es difícil en la novela gráfica separar dónde termina la labor de un autor y empieza la del otro. La impresión podría ser que Rubín interioriza  el guión de Santiago García hasta el punto de hacerlo tan suyo que «mata» al escritor; una idea que la propia obra desmiente en un momento dado.  García traza con línea firme un camino en el que quedan a los lados los elementos accesorios y se centra en la esencia épica del original. Hay pues mucha acción, mucha evocación, y muy pocos diálogos, los justos y necesarios para que la historia avance y se abocete la personalidad de los pocos personajes que intervienen.

En ‘Beowulf’ dibujo y narrativa son indisolubles, funcionan como un todo. De esta unidad nacen las páginas más significativas de la obra, aquellas en las que se entrecruzan gráficamente distintas líneas temporales y emocionales que en realidad conforman una sola línea narrativa. Me refiero a las páginas iniciales, en las que se muestran a la vez la causa y la consecuencia, el ataque del monstruo y la destrucción ocasionada. O a esas páginas en las que, casi a modo de visión ‘Predator‘, vemos (y sentimos, casi olemos) a través de los ojos del monstruo. En todo esto el color desempeña un rol determinante. Es, en definitiva, un ejercicio narrativo intrincado y portentoso. Más que innovación, aquí hay una condensación y destilación de recursos y técnicas aplicados por otros autores en los últimos años como Frank Quitely, Chris Ware o Shintaro Kago, por ejemplo.

Tras el gran ejercicio formal que es ‘Beowulf’ hay otra cuestión que no se pueden obviar. La forma es más poderosa que la historia en sí. Esto no es bueno ni malo, es una elección de los autores. Sin embargo, uno no puede dejar de plantearse la duda de si alguien no habituado a leer cómics va a poder leer en toda su dimensión ‘Beowulf’; si hay un nivel de lectura superior al que solo tendrán acceso los ‘iniciados’ en el lenguaje gráfico y que requiere de un cierto nivel de complicidad. La voluntad de epatar con la forma ha sido mayor que la de universalizar la lectura, algo que, por otro lado, no requiere la historia. Ni siquiera hay que leer el tebeo para ver este predominio de la forma. La edición de Astiberri quiere ser monumental, y amplía el tamaño de los originales de Rubín tanto que las líneas chirrían.

Dejando de lado lo anterior, ‘Beowulf’ es una espectacular novela gráfica de acción que gustará a los amantes del género y que puede incluso hacer vibrar a los que sienten poco cariño por la épica. Y, por qué no decirlo, un tebeo del que es imposible dejar de hablar.

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